sábado, 18 de octubre de 2025

¡ORALE!


 HOMILÍA DOMINGO XXIX TO CICLO C 2022.10.16

Hace unos años, el papa Francisco nos dejaba un precioso pensamiento: Pensemos en una planta que tenemos en casa: tenemos que nutrirla con constancia cada día, ¡no podemos empaparla y después dejarla sin agua durante semanas! Con mayor razón para la oración: no se puede vivir solo de momentos fuertes o de encuentros intensos de vez en cuando para después “entrar en letargo”. Nuestra fe se secará. Necesita el agua cotidiana de la oración, necesita de un tiempo dedicado a Dios, de forma que Él pueda entrar en nuestro tiempo, en nuestra historia; de momentos constantes en los que abrimos el corazón, para que Él pueda derramar en nosotros cada día amor, paz, gloria, fuerza, esperanza; es decir nutrir nuestra fe.

Seguro que también nosotros hemos hecho la experiencia de que una planta si no se la riega, se muere. Cuando tenemos que salir de viaje, nos preocupamos porque alguien se pase por la casa para regar las plantas. El agua del alma se llama la oración. La oración es una relación con Dios, como lo haríamos con un amigo: le agradecemos, le pedimos algo, le valoramos, o le pedimos disculpas. La oración es central en la vida, porque es el modo en el que nos relacionamos con Dios a veces para pedir lo que nos es necesario, o para agradecer por lo que hemos recibido, o para reconocer lo bueno que es, y para pedirle perdón por las cosas que no hemos hecho bien. Por eso Santa Teresa de Jesús decía que orar es hablar de amistad con aquel que sabemos que nos ama.

Además, la oración es la fuerza que nos ayuda a caminar en la vida con sus cosas buenas y sus cosas no tan buenas. Por eso tanto el evangelio como la primera lectura nos hablan de una lucha: en el caso de Moisés es la lucha contra los enemigos del pueblo y en el caso de la viuda es la lucha contra una injusticia. Ambas situaciones nos enseñan que hay que insistir en la oración aun cuando las cosas no estén como nosotros queremos que estén pues la oración nos va a hacer más fuertes que el mal que a veces tenemos que enfrentar. Como cuando en el padre nuestro le pedimos a Dios que no nos deje caer en la tentación y que nos libre del mal.

Hay muchas cosas malas en la vida que nos pueden llevar al desanimo. Pero la oración nos hace mirar a Dios, para pedirle fuerza y seguir teniendo esperanza. Cuando son muchos los problemas, lo que nos permite seguir adelante es la fe. Incluso cuando el mal que vemos está en nuestro corazón, tenemos que orar para ser más fuertes que nuestro egoísmo, nuestros enojos, o nuestros malos deseos. Como a ninguno nos gusta ver lo que no está bien en nosotros, si no tenemos la fuerza que Dios nos da, como amigo de nuestra alma, puede pasar que sigamos haciendo las cosas mal, o haciéndonos mal a nosotros mismos, o a los demás.

La oración, es decir el trato con Dios, es el alimento de nuestra fe para seguir haciendo el bien en el mundo. La oración nos ayuda a no perder la cabeza aun en los momentos más difíciles y dramáticos, cuando todo parece conjurarse contra nosotros y contra el reino de Dios. Nos guía para no perdernos entre los múltiples y confusos criterios de nuestra sociedad, nos fortalece para no dejarnos presionar, ni tomar demasiado rápido decisiones inadecuadas. Nos permite resistir para nunca renunciar a defender y exigir lo justo, lo bueno, lo ético y así seguir sembrando el bien a nuestro alrededor.

Hay muchas maneras de hacer oración: a veces será la oración tranquila de quien tiene el tiempo de sentarse en una iglesia o en la sala de la casa para serenar el corazón y dejar que fluyan los pensamientos hacia Dios. Otras veces será la oración que nace de la tristeza mientras se nos escurren las lágrimas al abrirle nuestro corazón al Señor. Otras veces será la oración en medio de la jornada diaria, cuando en el coche rezamos el rosario para que la Virgen María nos acompañe en nuestras preocupaciones, o cuando estamos en una sala de espera de un doctor y elevamos nuestro corazón para llenarnos de esperanza ante el dolor o la enfermedad. O la sencillez de hacer la señal de la cruz al salir de casa y así hacer presente el amor de Dios en nuestras vidas que nos sostiene o nos hace ver los dones recibidos a lo largo del día.

Pero hay una oración que ojalá nunca dejemos de lado: es la oración en familia. Cada familia tiene sus costumbres, algunos dan gracias en la mañana, otros dan gracias por los alimentos antes de la comida o de la cena, otros se reúnen al final del día para juntos rezar un misterio del rosario, o leer el evangelio, compartiendo las cosas que han ido o han ido mal. Cada uno tendrá su modo, pero ojalá todos tengamos un momento de oración en familia, o entre los dos esposos.

Este domingo el Señor nos recuerda que la oración es una necesidad vital: es el aire que respira nuestra fe, la luz que guía nuestras decisiones, el consuelo que sostiene nuestros pasos. Que no nos falte nunca ese diálogo confiado con Dios, en los momentos de alegría y en los de lucha. Que la oración nos haga volver a descubrir a Dios, a Jesús, como el amigo que siempre está a nuestro lado y nos da la mano para seguir adelante. 

sábado, 11 de octubre de 2025

CAMINO DE GRATITUD

 

HOMILÍA DOMINGO XXVIII CICLO C 20221009

Las lecturas hoy nos hablan de la importancia que tiene la gratitud en la relación con Dios y los demás. ¿Por qué es importante la gratitud para nosotros que queremos ser amigos de Jesús? Porque no hay verdadera amistad si no hay gratitud, si los amigos no saben darse las gracias y reconocer lo que el otro ha hecho por mí. Casi podríamos decir que cuando uno no es agradecido acaba siendo una persona que se aprovecha de los demás para su propia conveniencia. Es un peligro acostumbrarnos a los bienes que los demás nos regalan y a no decir «gracias» conscientemente. La gratitud puede cambiar a una persona porque le permite descubrir el bien que hay en los demás y en la vida. Cuánta gente vive amargada porque no sabe ser agradecida o porque su gratitud es pequeña y se ahoga cuando las olas de los problemas de la vida se le echan encima.
Casi podríamos decir que el mundo se divide entre dos tipos de personas: los agradecidos y los que piensan que todo se les debe. Los agradecidos descubren el bien en los demás o en las cosas de la vida, y reconocen que esas cosas buenas son gratis, se les han dado por el simple motivos de que Dios o tu amigo te aman, incluso antes de que nosotros los amemos a ellos. Por otro lado están los que piensan que todos tenemos que estar agradecidos con ellos, porque ellos están llenos de derechos y los demás están llenos de obligaciones: todos tienen que atenderme pronto y bien, darme cuando me hace falta, lo pido, o me conviene: Porque yo lo necesito, lo pago, me lo merezco. Son a los que se les da muy bien quejarse y protestar.
La primera lectura nos narra la gratitud de Naamán. Este señor era un general de los enemigos de Israel y, sin embargo, el profeta Eliseo lo cura de la lepra, una enfermedad que en la antigüedad sin los medios que tenemos hoy era una segura condena a morir. Cuando Naamán quiere pagarle al profeta por haber sido curado, el profeta no acepta nada, porque el don de Dios es gratis, a Dios no se le puede comprar, solo se le puede amar. Naamán descubre que los dones de Dios piden a cambio es nuestro amor, y por eso se hace el propósito de empezar con Dios una relación de amigo y no de comerciante.
Algo semejante encontramos en el evangelio de los diez leprosos. En tiempos de Jesús la lepra era una enfermedad maldita, que provocaba indiferencia, odio, rechazo, antipatía, exclusión. Los leprosos vivían desterrados, sin recibir una palabra amable.  Todas las enfermedades eran consideradas un castigo de Dios por los pecados, pero la lepra era el símbolo del pecado mismo. Los leprosos no le piden a Jesús que los cure, solo que se apiade de ellos. Se habrían conformado con un sentimiento de pena, de ternura, de «empatía». Jesús podría haberles dado unas monedas, comida o ropa y pasar de largo, pero Jesús les da algo que no le piden: les da la salud. Pero sucede que de los diez solo uno regresa a dar las gracias a Jesús. Este que regresa era un samaritano, alguien que no pertenecía al pueblo elegido de Dios, nosotros diríamos hoy: alguien que vive lejos de Dios. Lo que le empuja para llegar hasta Jesús es la gratitud. 
Cuando nos sintamos lejos de Dios el camino de regreso y del verdadero encuentro con Jesús es la gratitud. Porque es el sentido de los dones de Dios es que seamos todavía mejores amigos suyos A veces cuando Dios nos da algo (de hecho nos da todo), nos quedamos un poco cortos porque nos quedamos en decir: ¡qué bien, qué suerte!», o a lo mejor “que buena gente es Dios” y ya. Pero no siempre somos capaces de hacer un cambio, de hacer más profunda nuestra amistad con él. De ahí debería brotar una consecuencia, la de parecernos a Dios, parecernos a Jesús siendo generosos gratis, con un corazón como el suyo, a ejemplo de san Pablo, que al recordar lo que Jesús ha hecho por él, nos dice: lo sobrellevo todo por amor a los elegidos, para que ellos también alcancen en Cristo Jesús la salvación, y con ella, la gloria eterna.
Pero qué pasa si todo esto no nos sale bien, si no somos como Naamán, o como el samaritano leproso, o como Pablo? Entonces recordemos las palabras finales de Pablo: si le somos infieles, él permanece fiel, porque no puede contradecirse a sí mismo.  El permanece fiel, el nos sigue buscando, llenándonos de sus dones, para que nuestro corazón se abra a la gratitud y podamos tomar el camino de regreso, para ser sus amigos.
Como decía el Papa Francisco: ¿Soy un cristiano a ratos o soy siempre cristiano? La cultura de lo provisional, de lo relativo entra también en la vida de fe. Dios nos pide que le seamos fieles cada día, en las cosas ordinarias, y añade que, a pesar de que a veces no somos fieles, él siempre es fiel y con su misericordia no se cansa de tendernos la mano para levantarnos, para animarnos a retomar el camino, a volver a él y confesarle nuestra debilidad para que él nos dé su fuerza. Y este es el camino definitivo: siempre con el Señor, también en nuestras debilidades, también en nuestros pecados.


Seamos siempre agradecidos con las personas, valorando sus detalles, aprendiendo de ellos, y creando un círculo de gratitudes. Un corazón agradecido abre las puertas de la salvación. Un corazón agradecido nos hace mucho mejores. Y tenemos tanto que agradecer a Dios.