sábado, 6 de diciembre de 2025

LA PAZ EN TRES PISTAS

 

HOMILÍA 2º DOMINGO ADVIENTO CICLO A

Todos anhelamos tener paz y casi todas las grandes historias terminan cuando se ha hecho la paz, porque se elimina el conflicto o el m
iedo o la injusticia. La paz es la condición de la felicidad, por eso muchos cuentos terminan con la frase: Y VIVIERON FELICES Y COMIERON PERDICES … pero la paz a veces es difícil de alcanzar. Este domingo de adviento nos habla de cómo alcanzar la paz.

La primera lectura nos dibuja una escena casi imposible de armonía, cuando el profeta dice: Habitará el lobo con el cordero, la pantera se echará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos y un muchachito los apacentará. La vaca pastará con la osa y sus crías vivirán juntas. El león comerá paja con el buey. El niño jugará sobre el agujero de la víbora; la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente. Está claro que en la vida real los leones, las panteras, los osos, y los lobos ven a los novillos, las vacas, los corderos, los cabritos y los bueyes como alimento para comérselos. Además, el profeta nos propone una escena inquietante: un niño está en riesgo porque mete la mano en donde vive una serpiente. Ante los peligros en que un niño puede estar como un enchufe, un pistache con el que atragantarse…  corremos para que nada malo le suceda al chiquitín. El profeta nos dice que todas las situaciones de riesgo de los inocentes se verán superadas por la paz que trae Dios.

La paz se logra cuando todo vuelve a su equilibrio, al equilibrio que es la armonía con la voluntad de Dios, como decimos en el padrenuestro: HÁGASE TU VOLUNTAD ASÍ EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO. Esta paz se logra cuando hacemos presente en nuestro corazón el amor que Dios nos ofrece. Por eso San Pablo les dice a los cristianos de Roma que Cristo se puso al servicio del pueblo judío, para demostrar la fidelidad de Dios, cumpliendo las promesas hechas a los patriarcas y que por su misericordia los paganos alaban a Dios, o sea que todos, sin importar nuestra raza, o nuestra inteligencia, o nuestra clase social, estamos llamados a recibir el amor fiel de Dios, que llena nuestros corazones de paz.

Esa es la parte que a Dios le toca. ¿Y cuál es la parte que nos toca a nosotros para que haya paz? El evangelio nos da tres pistas para practicar. La primera pista es librarnos de lo que suene a falsedad. Juan Bautista reprende a los fariseos que iban al Jordán para verse buenas personas, cuando en realidad eran unos soberbios y no estaban dispuestos a hacer mejor su vida. La segunda pista es abrir nuestra vida al arrepentimiento de lo que no hacemos bien. Juan Bautista recibía a los que se daban cuenta de que habían hecho algo mal y los bautizaba, como una señal de estaban dispuestos a mejorar en su vida: Siempre es necesaria la humildad y la decisión de hacer mejor las cosas. Y la tercera pista es que Juan Bautista les avisaba que Cristo iba a venir para eliminar, con la fortaleza del amor, el mal de la vida de los seres humanos y quitando todo lo malo, dejando solo lo bueno:  el que viene después de mí los bautizará en el Espíritu Santo y su fuego. Él tiene el bieldo en su mano para separar el trigo de la paja. Guardará el trigo en su granero y quemará la paja en un fuego que no se extingue.

La paja se quema; el arrepentimiento no es solo "hacer mejor las cosas," sino permitir que Cristo "queme" lo que nos impide la paz. Este domingo de adviento, en la preparación a la llegada de Jesús en Navidad, empecemos a poner nuestro corazón en paz: quitando la soberbia, aceptando y pidiendo perdón por las cosas que hacemos mal, y abriendo nuestro corazón a Jesús. Para ello, puede ser bueno confesarnos y comulgar. Pero también es importante tomar decisiones sobre cosas que hay que cambiar, como decidirnos a pedir perdón o a perdonar, escuchar a quien nos necesita, o reparar algo malo que hayamos hecho a alguien.  

El Adviento nos invita a quitar la hipocresía y a ser humildes; es un tiempo para liberarnos de la autosuficiencia, para confesar nuestros pecados, recibir el perdón de Dios, y pedir perdón. Adviento es un tiempo para no sentirnos superiores a los demás y vernos necesitados de misericordia. Es tiempo de ver en Jesús al Salvador que viene para nosotros, con nuestras miserias y defectos, con nuestra necesidad de ser perdonados y salvados. Tendremos que ver donde tenemos que aplicar esto en la vida cotidiana, en los conflictos familiares, el uso de las redes sociales, o ante el estrés laboral, seguros de que con Jesús siempre podemos volver a comenzar. Nunca es demasiado tarde, porque Él está cerca de nosotros, nos espera y no se cansa nunca de nosotros.

Recordemos las tres pistas de hoy: Primera pista: evitar la falsedad. Segunda pista: abrirse al arrepentimiento. Tercera pista: dejar que Cristo purifique nuestra vida. Así encontraremos la verdadera paz, la que nace de saber que nuestro corazón frágil, está bien, que nuestras frágiles relaciones con los demás, están bien, y que nuestra relación con Dios, siempre necesitada de amor, también está muy bien.

domingo, 30 de noviembre de 2025

ADVIENTO: UNA ALARMA QUE LLENA DE LUZ

 



HOMILIA 1ER DOMINGO DE ADVIENTO CICLO A

El adviento debería ser como una alarma sísmica. Cuando suena la alarma sísmica todos estamos en nuestras cosas, unos viendo la televisión, otros leyendo, otros trabajando en lo que todos los días hacen y de pronto, la alarma nos dice que tenemos que dejar todo para salir a un lugar que nos dé seguridad. En ese momento, todo pasa a segundo lugar, porque lo único que importa es salvarnos de un posible desastre. Hoy comienza el adviento, que nos tiene que sonar como una alarma para decirnos que lo importante no son muchas cosas que nos ocupan la vida, sino la vida con la que ocupamos las cosas.

¿En qué consiste esta vida en la que ocupamos las cosas? La vida no puede ser nada más el tiempo que pasa, dejándonos enfermedades y arrugas. La vida es lo que amamos, las personas que nos importan, las manos que hemos tendido o que nos han hecho un poco mejores. Además, para nosotros, como cristianos, la vida no es algo abstracto, la vida es una persona, la persona de Jesús. El adviento es un tiempo para que volvamos a conectarnos con Jesús que es nuestra vida.

El adviento es el tiempo que recuerda que, en el seno de María, Jesús iba creciendo, como crecen todos los bebés en el seno de sus mamás. Jesús crecía conectado a Maria por el cordón umbilical, como todos los bebés. Solamente que a diferencia de lo que sucede en el vientre de una mamá, en que la mamá sostiene en la vida a su bebé, en este caso, es Jesús el que nos sostiene a nosotros en la vida, de él vivimos, con él vencemos lo que quiere destruir lo mejor de nosotros, que es el pecado, el mal y, al final, la muerte. El adviento es el tiempo para conectarnos con Jesús. Pero ¿qué significa conectarnos con Jesús? San Pablo en la segunda lectura nos lo dice dándonos cuatro elementos como para una receta:

Lo primero es tomar en cuenta el momento en que vivimos. Nos pasan y hacemos muchas cosas cada día... pero nos falta tiempo para «digerirlas», meditarlas, aprender de ellas, y tomar las decisiones oportunas. Nos llenamos de ruido, prisas, compras, distracciones, que no nos dejar encontrar momentos para profundizar más allá de la superficialidad o de la costumbre[i]. Vivimos en un tiempo en el que parece que los valores, como la verdad sobre la mentira, la solidaridad sobre la indiferencia, la honestidad sobre la corrupción, están en crisis. Pero también hay cosas buenas en mí, que no son espectaculares y que requieren atención, serenidad y capacidad de sorpresa para descubrirlas y hacerlas crecer.

Lo segundo es la necesidad de despertarnos del sueño en que podríamos estar. Cuando uno está dormido, no se entera de lo que ocurre alrededor, a no ser que sea muy ruidoso y nos cause un sobresalto. Jesús nos invita a estar despiertos, para prestar atención a todo lo que nos puede hacer mejores si las seguimos o peores si las dejamos de lado. Para ello es importante tener momentos de reflexión, de examen de conciencia, de profundización de lo que nos rodea.

Lo tercero es dejar de lado las obras que oscurecen nuestro corazón, y hacer nuestro lo que nos hace mejores, más sembradores de luz en nuestra vida. Es quitar manías, ideas, obsesiones, costumbres y rutinas, que son instrumentos de lo malo en nosotros. Es apartarse de los estilos de vida que nos bloquean el acceso a Dios, o nos separan de los demás, como el individualismo, la poca disponibilidad, los rencores.

Y cuarto, revestirnos de Jesucristo. Todos sabemos que hay ropas viejas que no nos sientan bien, aunque nos sintamos cómodos con ellas y por eso hace falta la ropa nueva. Pero la ropa espiritual que necesitamos no está en las tiendas, ni en el Black Friday. Tenemos que buscar la ropa nueva que es revestirnos de Jesucristo y su evangelio, imitar lo que Jesús hace, el modo en que piensa, la forma en la que él ve la vida, las cosas y las personas, para responder a una pregunta: ¿Cómo lo haría Jesús? ¿Cuál sería la actitud de Jesús?, ¿cómo vería Jesús a esta persona? ¿Qué decisión tomaría Jesús en esta situación?

En este camino no estamos solos; Jesús, que viene a nuestro encuentro, nos ofrece su mano y nos sostiene con su amor humano y divino, dándonos fuerza para superar las dificultades. El evangelio termina con una frase que es una certeza: VENDRÁ EL HIJO DEL HOMBRE, es decir uno como nosotros, que nos comprende, que nos ama con corazón humano, que nos tiende la mano cuando caemos y nos anima cuando todo nos resulta bien. En Él está la última palabra de luz y vida, y en su compañía podemos afrontar el presente con esperanza de modo que sepamos sacar lo bueno, aun incluso de lo malo y las dificultades no destruyan lo mejor que hay en nosotros. El viene a enseñarnos que la última palabra la tiene Dios, la tiene su amor por nosotros. Que este Adviento sea un tiempo para detenernos, reflexionar y prepararnos para acoger al Emmanuel, el Dios con nosotros, que transforma nuestra existencia y nos invita a ser, como la corona de Adviento, una luz que crece y hace brillar nuestra vida, nuestra familia y nuestro mundo.